martes, septiembre 29, 2009

La nube de Hamlet

Por un motivo muy simple, la contemplación, pero la contemplación ininterrumpida, profunda, meditativa, por un motivo muy simple: la contemplación de una nube, no sé si creé un vínculo o me vi invadida por su configuración, o si fue un acto congnitivo de los más intensos, un acto actoral, lo cierto es que fui nube y me vi observada por mí siéndolo, y vi como me convertía en camello, como si mal no recuerdo vio Hamlet, pero lo más importante no me vi, fui nube sin verme o sin ver cómo me veía, y no sentí ninguna de esas formas, sobre todo nada de camello, digamos que camello era lo más opuesto a mí, lo más lejano, tal vez si hubieran dicho murmullo, gozne azulado, algo así, pero ¿camello? En realidad fui un baile, un baile llevado o que se dejaba llevar sin resistencia pero con auténtico goce o también un masaje en absoluto estado de relajamiento, yo fui lo que se dice un ser o incluso, por qué no, una cosa, a la vez ensimismada y por completo alejada de sí misma, inconsciente, fabulosamente inconsciente, con sueños ténues indistintos de la vigilia, y mis cambios de forma, mi baile, o el baile del cielo en mí, eso no era nada, yo conservaba mi estructura que era justamente ese baile cambiante de mí, aunque era muy difícil ser nube y ser yo al mismo tiempo, había una tensión, un oscilar de fuerzas, por momentos yo me imponía y conmigo Hamlet y su camello, cosa que hacía sufrir a la nube, cosa que la nube no estaba dispuesta a hacer, sufrir, pues no estaba en su naturaleza, no conocía el sufrir y sin embargo, ahora sufría, y lo que la llevaba en su baile cambiante, el viento, la temperatura, el cielo, también sufría, pensaba, de algún modo pensaba, pensaba abstractamente, forjando por primera vez una representación en su cuerpo de moléculas mentales, la representación imposible para ese ente del concepto “camello” que se le imponía desde mi yo que volvía ahora de ser nube para ocupar su lugar estrechamente humano y que se le imponía sobre todo desde mi idea de Hamlet, como un deseo de Hamlet, como una prefiguración de siglos que Hamlet detentaba en forma de cultura, de cultura arrastrada por el tiempo de una manera brutal, castigando de esta forma a la nube con su forma arbitraria, porque ni Hamlet vio jamás un camello, ni un dibujo de él tan siquiera, así que si hubiera dicho galgo, pero no dijo galgo, ni lebrel, ni gacela, así que lo dejé ir, a él, a Hamlet, del cuál también me había imbuído, y volví a ser nube y aquí sentí todo el sufrimiento humano que le había inculcado, me retorcí con ella en esa absurda cultura representativa del concepto mental que la abrumaba, y también el espacio sufría, así que me retiré de mi contemplación meditativa, cerré la ventana, corrí la cortina, me di cuenta del daño que causaba el deseo de conocimiento, aunque esto no era todo, no era sólo el desear saber y sentir qué es, cómo, en qué consiste la nube desde sí misma, sino también, y sobre todo, el huír de mí, de Hamlet, de estas fijezas anormales, el entregarme a mi deseo de baile, de disipación, de ser llevada, sin parecerme a esto o aquello, vivir un completo desapego de mi forma, pero a través de los siglos se había arrastrado Hamlet con su camello y todo había resultado, digamos, un desastre, una culturización monstruosa de la nube y del espacio que la moldeaba y la conducía en su baile, yo había introducido el “signo” en sus mentes, que carecían de signo aunque no de mente, aunque sí del signo “mente” cuyo significado es francamente terrible y ha hecho sufrir a la humanidad horriblemente, aunque sufrir horriblemente, esto para la humanidad es cotidiano, la humanidad sufre horriblemente como si tal cosa con un espíritu completamente necio y contrario a la naturaleza, o quizás no tan contrario a su naturaleza.

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