Hay un hecho callado que mira al suelo, tan inmensamente tímido que resulta invisible su... ¿transcurso configurativo? Es un hecho autocrítico, muy severo, que cuestiona su existencia y su consistir. Lo embargan dudas refinadas, primitivas. Vive simultáneamente en la sospecha del sí y en la del no, y en el fondo siente que carece de fondo, así que se hunde y se hunde en fondos cada vez más profundos, fondos quizás inagotables, o en tal caso no fondos, como sin descanso parece comprobar.
miércoles, enero 10, 2007
martes, enero 09, 2007
Sustancia
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Sustancia era, para Aristóteles, aquello que no puede ser predicado de nada. Es decir, aquello de lo cual dependen una gran cantidad de existires, que, para ser, necesitan anexarse a un sujeto invariable y siempre idéntico. Sin embargo, este individuo desaparecería si de golpe, por algún motivo, todos sus accidentes lo abandonaran. Más aún: un accidente no depende de un individuo en particular sino de cualquier individuo. Así, si el color verde o verduzco un día de estos fuera desterrado de mi cara, no por eso dejaría de existir en los árboles, en el agua del mar, y en tantas otras sustancias siempre dispuestas a acogerlo. Pero uno podría imaginarse una manera opuesta de mirar el mundo, en la que el verde fuera un individuo, una sustancia primera, y en el que las plantas, el agua del mar (cuando es verde) y otras tantas cosas verdes fueran afecciones del verde. Y se diría: el verde está agua o el verde está cara o el verde está lechuga. Sería éste un individuo mucho más amplio que Juan o este perro. Y si luego se reunieran en un solo concepto todas las posibles cualidades, si juntáramos verde, suave, redondo, meditabundo, ardiente, obtendríamos un ser, que sería el más vasto de los individuos, y si, además, le diéramos el nombre de Sustancia, podríamos decir de aquello que se nos aparece: la sustancia está perro o árbol o cara, y con ello, predicaríamos de esta sustancia todo lo que existe, todo lo que antes llamábamos individuos y que ahora no son más que modificaciones, accidentes, predicados de ella.
También podemos pensarlo de otro modo: podemos imaginar que desaparecen todas las cualidades excepto una: el verde. Sería tonto entonces decir: Juan es verde, este perro es verde. Habría obviamente que renunciar a considerar que el verde es una cualidad y resignarse a que el verde es un individuo algunas veces afectado de perro, otras de Juan, o simultáneamente afectado de árbol y cascada. Lo cierto es que, en este caso, el verde no existiría en nuestra mente, no sería de ningún modo nombrable y ni siquiera concebible, pues su grandeza, su infinidad y su ser en todo, o su todo ser en él, lo volvería invisible, indecible, inimaginable, y sólo nosotros, que hemos realizado este pequeño experimento, sabríamos que el verde es Dios.
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Sustancia era, para Aristóteles, aquello que no puede ser predicado de nada. Es decir, aquello de lo cual dependen una gran cantidad de existires, que, para ser, necesitan anexarse a un sujeto invariable y siempre idéntico. Sin embargo, este individuo desaparecería si de golpe, por algún motivo, todos sus accidentes lo abandonaran. Más aún: un accidente no depende de un individuo en particular sino de cualquier individuo. Así, si el color verde o verduzco un día de estos fuera desterrado de mi cara, no por eso dejaría de existir en los árboles, en el agua del mar, y en tantas otras sustancias siempre dispuestas a acogerlo. Pero uno podría imaginarse una manera opuesta de mirar el mundo, en la que el verde fuera un individuo, una sustancia primera, y en el que las plantas, el agua del mar (cuando es verde) y otras tantas cosas verdes fueran afecciones del verde. Y se diría: el verde está agua o el verde está cara o el verde está lechuga. Sería éste un individuo mucho más amplio que Juan o este perro. Y si luego se reunieran en un solo concepto todas las posibles cualidades, si juntáramos verde, suave, redondo, meditabundo, ardiente, obtendríamos un ser, que sería el más vasto de los individuos, y si, además, le diéramos el nombre de Sustancia, podríamos decir de aquello que se nos aparece: la sustancia está perro o árbol o cara, y con ello, predicaríamos de esta sustancia todo lo que existe, todo lo que antes llamábamos individuos y que ahora no son más que modificaciones, accidentes, predicados de ella.
También podemos pensarlo de otro modo: podemos imaginar que desaparecen todas las cualidades excepto una: el verde. Sería tonto entonces decir: Juan es verde, este perro es verde. Habría obviamente que renunciar a considerar que el verde es una cualidad y resignarse a que el verde es un individuo algunas veces afectado de perro, otras de Juan, o simultáneamente afectado de árbol y cascada. Lo cierto es que, en este caso, el verde no existiría en nuestra mente, no sería de ningún modo nombrable y ni siquiera concebible, pues su grandeza, su infinidad y su ser en todo, o su todo ser en él, lo volvería invisible, indecible, inimaginable, y sólo nosotros, que hemos realizado este pequeño experimento, sabríamos que el verde es Dios.
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